jueves, 16 de julio de 2009

textos para 3ero 4ta-Lengua

YO TENGO UN SUEÑO

Hace cien años, un gran norteamericano, bajo cuya simbólica sombra nos encontramos, firmó la “Proclama de la Emancipación”.Este documento tan importante significó una luz de esperanza para millones de esclavos negros que fueron consumidos en las llamas de la injusticia. Nos llegó como un gozoso amanecer para poner fin a la larga noche de cautiverio.
Pero cien años más tarde aún debemos enfrentar el hecho trágico de que el negro todavía no sea libre. Cien años después se mutila, lamentablemente, la vida del negro con los grilletes de la segregación y las cadenas de la discriminación. Cien años más tarde el negro aún vive en una isla solitaria de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material. Cien años después el negro continúa languideciendo en los rincones de la sociedad americana y encontrándose exiliado en su propia tierra. Así que hoy vinimos aquí para exponer dramáticamente esta espantosa condición.
(...)
Yo sé que algunos de ustedes aquí presentes han sufrido distintos tipos de penurias. Algunos salieron recientemente de estrechas prisiones. Otros han venido de regiones donde, por pedir libertad, fueron golpeados por la tormenta de la persecución y aterrorizados por los vientos de la brutalidad policíaca. Ustedes han sido veteranos del sufrimiento. Continúen obrando con la convicción de que el inmerecido padecimiento será redimido.
(...)
Hoy les digo, mis amigos, que a pesar de las dificultades y frustraciones del momento, yo todavía tengo un sueño. Un sueño que está perfectamente enraizado en el sueño americano.
Yo tengo un sueño, en el que un día esta nación se erigirá y vivirá el auténtico significado de su ideario: “Sostenemos como verdades evidentes que todos los hombres nacen iguales”.
Yo tengo un sueño, en el que un día en los rojizos montes de Georgia, los hijos de antiguos esclavos y los hijos de antiguos dueños de esclavos serán capaces de sentarse juntos a la mesa de la hermandad.
(...)
Yo tengo un sueño en el que mis cuatro hijitos vivirían un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel sino por la índole de sus acciones.
(...)
Yo tengo un sueño hoy.
Éste es nuestro deseo. Ésta es la fe con la que regreso al Sur. Con esta fe seremos capaces de desprender de la montaña de la desesperación, una roca de esperanza. Con esta fe podremos transformar la discordia de nuestra nación en una bella sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, sabiendo que algún día seremos libres.
Ese será el día en que todos los hijos de Dios cantarán juntos, con un nuevo significado:
Mi país te pertenece.
Dulce tierra de libertad.
A ti, yo canto.
Tierra donde murieron mis padres.
Tierra de orgullo para los peregrinos.
De cada lado de la montaña,
Deja que repique la libertad.(...)
Cuando dejemos que la libertad repique, cuando dejemos que resuene desde cada villa, desde cada Estado y desde cada ciudad, seremos capaces de acelerar la llegada del día en que todos los hijos de Dios, blancos y negros, judíos y paganos, protestantes y católicos, unirán sus manos y entonarán las palabras del viejo Negro Spiritual: ¡Libres por fin!, ¡Libres por fin! ¡Gracias, Dios todopoderoso, somos libres por fin!


Martin Luther King

Pronunciado el 26 de agosto de 1963, frente al Lincoln Memorial Mall, en Washington D.C.

La homogeneización del pensamiento

Uno de los objetivos de la cultura popular contemporánea es eliminar las dificultades, simplificarlo todo. ¿Una obra maestra de la literatura o una sinfonía parecen complejas? Hoy esto no es un problema. La maquinaria de la cultura popular contemporánea cuenta con poderosas herramientas que permiten “procesar” las grandes creaciones del hombre para despojarlas de ambigüedades, quitarles los matices y todo vestigio de sutileza. Ante la sola sospecha de dificultad, se ponen en marcha los aceitados mecanismos de la simplificación.
Las creaciones humanas adquieren grandeza precisamente cuando logran transmitir la dimensión de complejidad que es inherente a nuestra naturaleza. Cuando, tiempo atrás, se encaraba, por ejemplo, la transposición de una gran novela a un medio diferente, se lo hacía respetando la esencia de esa obra de arte. Ahora se la considera como secundaria materia prima que puede ser embellecida mediante la simplificación. Cada vez más, se invita a la gente a acceder a la cultura a través de estas versiones diluidas, copias “mejoradas”, carentes de la sutileza y los matices que hacen trascendente el original. Antes, la fantasía era un modo de aproximarse a la realidad. Ahora, la realidad de una obra de arte es usada como material para generar fantasías que permitan pasar un rato divertido.
Todo constituye aceptable materia prima para la industria universal del entretenimiento aunque ello suponga devorar lo mejor de nuestra cultura, que termina homogeneizada en una especie de papilla insulsa al alcance de todos. Los clásicos son “mejorados” para adaptarlos a los requisitos del entretenimiento actual haciéndolos “apetitosos” para el nada exigente paladar contemporáneo. Lo preocupante de esta situación es que el público termina por creer que está frecuentando los clásicos.
Esta singular devaluación de la autenticidad se acomete en el convencimiento de que la gente es incapaz de manejar el conflicto y el dolor, las contradicciones y al ambigüedades de la vida. Para lograr éxitos comerciales, la nueva cultura mundial del entretenimiento busca aprovechar el prestigio de profundidad de que goza la vieja, aun a riesgo de corromper el mismo objeto con el que intenta desesperadamente vincularse.
En su descripción de la actual “conspiración contra la dificultad”, el escritor español Antonio Muñoz Molina señala que, para los criterios actuales, El Quijote carece de acción porque su trama es confusa y casi no pasa nada. No logra interesar al lector de hoy, atareado, con poco tiempo para perder en divagaciones inconducentes. Surgen, así, ediciones simplificadas que retienen lo “importante”, la “acción”, que evitan fatigas inútiles a los lectores. Este convencimiento de que las personas sólo son capaces de recibir mensajes muy simples revela el desprecio por su inteligencia y su capacidad de realizar el esfuerzo necesario para comprender la complejidad del mundo.
Cada día estamos más expuestos a esta cultura “pasteurizada”, papiulla intelectual que prolonga la lactancia de una vida fácil, sin esfuerzos, y de una estúpida jovialidad. El deforme Cuasimodo es hoy el simpático Quasi, que baila con las otrora atemorizantes gárgolas (culposamente bautizadas Víctor y Hugo) en el interior de una Notre Dame, concebida para inspirar reverencia ante lo divino, pero hoy tan luminosa como un castillo de hadas. Quienes se deslumbran con La Valkiria deberían advertir que la historia de los mellizos clama por protagonizar una telenovela en la que Wotan podría ser un ejecutivo atormentado. Pero, sin duda, nuestros chicos verán antes El Flaco y el Gordo como seguramente se conocerá, en pocos años, a Don Quijote y a Sancho. Todo con Luis Miguel entonando la “Oda a la Alegría” del simpático sordito Beto, que emigrará de la oscura Bonn hacia la atractiva South Beach de Miami.
Para comprender y disfrutar las obras maestras de la cultura humana, no hay que simplificarlas, parodiarlas o ridiculizarlas. Basta con hacer que todos puedan frecuentar los originales. Deberíamos aceptar que no todo es entretenimiento, que somos nosotros los encargados de establecer la manera en que incorporaremos las grandes creaciones del hombre a nuestras vidas. Para lograrlo, hacen falta mestros y ejemplos, no un ejército planetario de disciplinadas niñeras que pasen la cultura por la procesadora para darnos cucharadas del puré que, dócilmente, nos estamos acostumbrando a consumir.



Guillermo Jaim Etcheverry-“La tragedia Educativa”

* En breve les adjunto "Cambalache"

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